
19 Dic Si dijéramos siempre la verdad
¿Se han preguntado ustedes cómo sería el Mundo si nadie mintiese, si todo el mundo dijera la verdad?
No me sorprendió leer a Revel, hace años, afirmando que «la más poderosa fuerza que mueve al Mundo es la mentira”, porque ya hace tiempo que me he convencido de que, realmente, la mentira es rentable, produce beneficios. Si no fuese así, haría tiempo que la habríamos erradicado de nuestros hábitos.
Y, como todos sabemos, la práctica de la mentira sigue en vigor.
Hagan la prueba cualquier día; pero no sólo evalúen sus propias mentiras —con sinceridad, eso sí—, sino tengan en cuenta igualmente las veces que detectan que los demás le han mentido a usted.
Porque todo el mundo miente.
Si no fuese así, si la gente no mintiera, no existirían casi ninguna de las normas que regulan nuestra sociedad, y que están encaminadas a evitar o, en cualquier caso, descubrir las mentiras que la gente esparce a su alrededor.
No harían falta jueces ni tribunales; si no mintiéramos, no serían necesarios, ya que todo el mundo se declararía culpable si lo fuera, o inocente, y nadie dudaría de su palabra.
No harían falta exámenes, puesto que, si el alumno no ha estudiado y no sabe, sería el primero en decirlo; tampoco se necesitarían títulos de propiedad, puesto que, si nadie mintiera, su palabra serviría para establecer hasta dónde llegan los límites de su propia tierra.
Y seguro que, además, no existirían los políticos, pues se habrían extinguido al resultarles imposible prometer en las campañas electorales lo que saben que no van a cumplir.
Ni siquiera el matrimonio sería necesario para afirmar una unión parental; la imposibilidad de mentir dejaría claro que, cuando una pareja se formara, es porque ambos no desean otra cosa –en ese momento, añadiría yo—, y, al menor devaneo, el cónyuge protagonista confesaría su preferencia extramatrimonial, y la unión se disolvería sin más.
Piénsenlo, piensen cómo sería nuestro mundo si no existiera la mentira.
Porque la realidad nos demuestra que es al contrario.
El criminal le miente a la policía diciendo que no estuvo allí; el abogado le miente al jurado, llegando a demostrar que su cliente es inocente, aun cuando no lo sea; el empleado le miente al patrono cuando culpa de su retraso al tráfico; la hija le miente al padre cuando asegura que no tomó alcohol en la fiesta del sábado anterior, y el padre le miente a la hija haciéndole ver que la cree. La enamorada le miente a él cuando le dice “no puedo vivir sin ti” –tal vez la mayor de las mentiras que sale por boca de humano—, y él también le miente cuando dice que sólo tiene ojos para ella. El contrabandista miente en la aduana cuando dice que no lleva nada que declarar; el vendedor miente cuando asegura que su producto es el mejor del mercado, y el menos caro; y el cliente miente al comerciante cuando le jura que la prenda que quiere devolver nunca fue lavada con agua caliente. Miente el millonario cuando dice que siempre trabajó duro, y miente el pobre diablo cuando culpa de sus males a la falta de oportunidades. Miente el demandante de empleo cuando refleja en su currículo títulos que se ha inventado, y miente la chica que se embadurna de maquillaje, se calza tacones imposibles y usa un sujetador que falsea sus medidas reales.
Mienten los medios de comunicación, cuando no dicen todo lo que deben; mienten los operadores de telefonía cuando prometen una cascada de Gigabytes; mienten los futbolistas cuando aseguran no haber tocado el contrario, y mienten los árbitros cuando dicen que no han visto el penalti. Mienten las aerolíneas cuando ponen precios escandalosos por llevarte atado dentro de un enorme tubo que vuela; mienten los mapas cuando dibujan la Tierra plana; mienten hasta los dioses, cuando aseguran que son los verdaderos y, por supuesto, los únicos.
Se allega a afirmar que siempre dicen la verdad los niños y los borrachos. Pues no, es otra mentira más, porque los bebés lloran como si se estuvieran muriendo, cuando en realidad sólo tienen hambre; y, respecto a los ebrios…, ¿a ver qué dicen al control policial de alcoholemia cuando los paran en la carretera?
Nadie dice la verdad, salvo en circunstancias excepcionales y, si repaso este escrito –en el cual he procurado no mentir demasiado—, me doy cuenta de que, cuando escribió El conocimiento inútil, Revel tenía razón.